lunes, 8 de abril de 2013

DE KEP A CHAU-DOC.PIMIENTA, CANGREJOS Y PUESTAS DE SOL





 Yo cojo el camino 
/ me voy sin maleta /
 las flores del campo /
 no quieren maceta. 
  Kiko Veneno.


    Kep es un pueblecito algo destartalado que tuvo su momento de gloria hace muchos años y ahora parece que está empezando a resurgir, gracias sobre todo a inversiones francesas y belgas. A pesar de que no es nada del otro mundo, tiene un cierto encanto decadente que me gusta. Y mucha, mucha tranquilidad. Las playas no son las de Tailandia, evidentemente, pero tienen su aquel, y no hay casi turistas.

   Al día siguiente Pilar y Dani alquilan una moto y yo otra. Yo con conductor, claro. Apunto en mi libretita que tengo que aprender a montar en moto. Lo haré, además, siempre he querido hacerlo. Pero no en Camboya, desde luego.




  El conductor de mi moto es un hombrecillo camboyano de edad indefinida que no habla una palabra de inglés y que cada vez que sonríe, que es muy frecuentemente, nos regala una panorámica de sus dientes cariados. Dani, emulando al personaje de su homónimo Defoe, le ha bautizado como Domingo (porque lo conocimos en domingo, claro), ante la imposiblidad de conseguir que nos diga su nombre. Y mira que lo intentamos, oye: golpe en el pecho: Yo Cristina (en plan Tarzán) , tú (señalándole): sonrisa cariada. Lo peor no es que no hable inglés. Lo peor es lo que tardamos en descubrirlo. Le decíamos que queríamos ir a un sitio, asentía sonriendo, y nos llevaba a otro. A mí hubo momentos en los que me puso de los nervios, lo reconozco, pero luego, en la moto, mirando los remiendos que llevaba en la camisa, me sentí fatal. 

Vista de Kep desde el parqrue natural

Pilar, Dani y Domingo

   Vamos a visitar un parque natural, que a mí  personalmente no me parece nada del otro mundo, y que no recuerso su nombre.
   Lo que sí me gustó, y mucho fue el mercado de cangrejos. Tuvimos la suerte de llegar en la hora de máxima animación. Una algarabía ensordecedora, en plan lonja, y montones de pescadores vendiendo y pregonando su mercancía. Los cangrejos, que tienen una pinta muy prometedora y un tamaño considerable, son vendidos en su mayoría por mujeres. Los tienen encerrados en una especie de jaula de bambú, que luego vemos que cuando vas a un restaurante, tienen sumergidas en el mar y de ahí los cogen para cocinarlos.


Espeto camboyano


vendedora de cangrejos


Mercado de cangrejos de Kep




   En el mismo mercado de cangrejos también hay una zona con ollas inmensas dónde te los cocinan y los puedes comer allí mismo. También hay otros mariscos y un montón de clases diferentes de pescados que cocinan a la brasa en una especie de espetos y venden también en el mismo mercado por un precio irrisorio. Junto a la lonja hay un mercado de frutas y productos locales en general, con mucho ambientillo.

Vendedora de dulces en el mercado de Kep

   Los cangrejos son exquisitos, pero cuando descubro el pequeño milagro gustativo de la pimienta de Kampot, casi me olvido de ellos. La salsa con la que sirven los pescados y el marisco es un dechado de sencillez: lima recién exprimida y pimienta negra recién molida. Nada más. Pero la explosión sensorial que provoca en la boca es de una complejidad y a la vez de una sutileza increíble. Te inunda de aroma todos los sentidos. Me gusta tanto que ahora quiero ponerle pimienta a todo, a la carne, al pescado, a la fruta, al yogur, al café Esta maravilla de aroma hace que comprenda la importancia de las especias en la antigüedad, que se abrieran nuevas rutas inexploradas para hacerse con ellas y que incluso se provocaran guerras por dominar su comercio. Esta es, sin lugar a dudas, la mejor pimienta que he probado nunca.

Cangrejos de Kep, el plato estrella

Cangrejos a la pimienta verde

  En el mercado, Pilar y yo compramos un durian, una fruta de tamaño considerable y llena de pinchos enormes, creyendo que era un jackfruit. Es que hay tantas y tantas clases de frutas que es difícil conocerlas todas. Y las que conocemos de sobra como la piña o el mango, tienen un sabor tan exquisito y diferente de las que comemos en España, que resulta difícil no caer en la tentación de alimentarse sólo de fruta. He descubierto el mango verde, que está delicioso para cocinar (es el que empleamos en la ensalada de mango que aprendimos a hacer en el curso y que comemos por todas partes), para batidos y para tomarlo directamente. A mí me encanta mojarlo como hacen ellos, en una especie de polvitos pica-pica que debe ser una mezcla de chile , pimienta y alguna otra especie y tiene un sabor agripicante que combina perfectamente con el ácido del mango verde. Aquí lo toman constantemente como una golosina, porque además es la temporada. El mango dulce también es delicioso, los platanitos diminutos que llaman lady finger son dulcísimos. La papaya, los pomelos dulces, una especie de lichis que no sé como se llaman pero que me encantan… Casi cada día probamos alguna nueva. Además, será la tranquilidad o el “dolce far niente”, pero aquí todo me sienta bien.

Durian


   No tardamos mucho en darnos cuenta de nuestro error con el durian, porque es una fruta que desprende un olor espantoso. Nada más cruzar el umbral de la guest house, unos franceses casi se desmayan cuando nos ven aparecer con la hedionda fruta, y nos sacan de nuestro error, aunque algo ya nos barruntábamos. Ellos dicen que nunca lo han probado, porque el olor es espantoso. Yo les digo, con mucha politesse, que  si todo el mundo pensara igual, nadie habría probado nunca el munster, ni la mayoría de sus deliciosos quesos. España 1, Francia 0, je,je. Saco mi navaja y me dispongo a probarlo delante de ellos haciendo mucha ostentación . Como sospechaba, está buenísimo. La gabacha se viene arriba y lo prueba también, pero se va corriendo a vomitar. A mí me encanta. La fruta, caro, no que la pobre vomite. Pilar no hace más que preguntarme que a qué sabe, pero es que no tengo ni idea de cómo explicarlo. Es un sabor fuerte, sin duda, pero dulce, como a ajo dulce, aunque no sé parece a nada al ajo. Vamos, que no sé describirlo, pero sé que me encanta. La dueña del hotel me dice que en algunos hoteles no dejan entrar a los clientes con un durian. No sé si era una indirecta. Es francesa.

   Al día siguiente hacemos una excursión a la Isla Conejo, que es casi virgen. La frase es de Pilar. Esta justo enfrente de Kep, y es una especie de pequeño paraíso, al menos lo que yo entiendo como paraíso, dónde sólo hay unas horas de electricidad al día y los “resorts” consisten en simples cabañas de hojas de palma al pie de la paya .Pilar y yo nos quedamos con las ganas de pasar unos días, pero Dani no lo ve. La verdad es que las cabañas no tienen ninguna comodidad, pero un par de noches hubiera sido una experiencia interesante, creo.



Isla conejo

Cabañas en la playa de Isla conejo

Remoloneando en la playa



Patitos






   Después de remolonear un rato tirados en unas hamacas en la playa, decidimos dar un paseo siguiendo un camino que bordea la isla. Descubrimos que la única playa bonita es la que tiene las cabañas y nos asombramos de la cantidad de basura y porquerías varias que hay por todas partes. Una auténtica pena.

Rodeando la isla


La puerta de atrás del paraíso. Lamentable

Cogiendo coquinas


 El calor es sofocante y un avispado indígena nos ofrece, más o menos a la mitad del camino, llevarnos en su barca hasta la playa principal a cambio de unos pocos rieles. Aceptamos, porque el calor pesa y un paseo en barca siempre es apetecible. Pasamos el resto de la tarde después de comer, dormitando en las hamacas de la playa y observando la “fauna”local. Hay parejas de mochileros jovencitos, hippys sesentones trasnochados, viajeros solitarios, alguna pareja de mediana edad un poco fuera de lugar.
   A la vuelta hay un cielo de tormenta bellísimo y el mar está bastante revoltoso. Terminamos la travesía todos empapados por competo. Fue muy divertido, bueno, no para todo el mundo, me temo. Menos mal que era un trayecto bastante corto.




   A lo largo de la costa de Kep, proliferan chiringuitos dónde la gente de otros pueblos del interior vienen de excursión a pasar el día. Están empetados de gente y son muy curiosos porque no disponen de mesas y sillas sino de unos chambaillos cuadrados de madera y palma de donde penden varias hamacas y dónde se instalan las familias. Allí comen, beben y pasan el día. Aunque no se bañan en el mar ni toman el sol. Se está bastante a gusto y corre un airecillo que nos alivia un poco del calor que estamos pasando.



   Por la noche escuchamos un estruendo terrible en las inmediaciones del hotel, con una música espantosa a toda pastilla. Nos acercamos y, cómo no, es una boda. Asistimos un rato al espectáculo, que no tiene desperdicio. La parafernalia de tules, flores, neones y adornos en plan espumillón navideño es tremenda. Todos los invitados van arreglados con vestidos de fiesta, sobre todo las mujeres. Y los novios. Hay muchísimos invitados y muchísima comida y una orquesta en un escenario perpetra pachanga asiática a un nivel de decibelios intolerable. 

Boda

 
   Los días posteriores, nos decidimos a alquilarnos una moto para los tres al más puro cambodian style y así nos recorremos el pueblo y sus alrededores. Si nos cae la noche, Pilar y yo sacamos sendas linternas y le alumbramos el camino a Dani, porque la moto no se puede decir que ilumine mucho. La estampa vista desde fuera debe ser bastante pintoresca.

Cambodian Style


   Después de unos días, unos cuantos cortes de luz y alguna noche sin aire acondicionado, nos mudamos a otra guest house. La decoración no es tan bonita, ni los jardines tan exuberantes, pero estamos a la orilla del mar, con unas vistas espectaculares a la isla, dónde se llevan mejor los cortes de electricidad.

   Antes de abandonar Kep, visitamos una plantación de pimienta. Están un poco alejadas del pueblo, y preferimos alquilar un tuk-tuk en ver de ir en moto, además el conductor se ofrece a hacernos de guía en la plantación. Los caminos son de una tierra roja que nos hace comprender cual pude ser una de las razones por las que son tan aficionados a las mascarillas por aquí. Porque ese, junto con el de las sudaderas de borreguito a 41 grados centígrados a la sombra, es otro de los misterios asiáticos que no terminamos de comprender, por mucho que nos expliquen. Unos dicen que la polución, otros el polvo, otros el contagio de virus, pero ninguno nos convence del todo, porque el otro día vimos a una señora con una mascarilla con abertura para la boca que echó por tierra todas las explicaciones. Yo me temo que lo hacen, además de por todas las razones anteriores, para protegerse del sol. Aquí las mujeres están obsesionadas con tener la piel blanca, es su prototipo de belleza. Menos mal que no soy camboyana.

   En el camino, paramos a comprar unas sandiítas unipersonales y pasamos un rato con la vendedora y sus hijos, que eran un montón.
   La plantación es sólo eso, una plantación, no tiene las instalaciones dónde se procesa la pimienta o dónde se envasa. Nos explica nuestro conductor que todas las clases de pimienta salen de mismo árbol, la roja, la negra, la blanca y la verde. Ésta última se recoge y se utiliza para cocinar en racimos. Luego, dependiendo del punto de madurez y del proceso a que se someta (básicamente, sumergir los granos en agua caliente) se obtienen los otros tipos. También nos cuenta que durante e período de los Jemeres Rojos se arrancaron todos los árboles de pimienta porque el arroz era el único cultivo permitido. No dejó pasar nada, el amigo Pol.

´´Arbol de pimienta


   Teníamos intención de dividir nuestros últimos días en Camboya entre Kep y Kampot, pero estamos tan a gusto que decidimos olvidarnos de éste último lugar. Kep nos ha dejado una mezcla de tranquilidad,  gente sencilla, buena comida y amaneceres y puestas de sol impresionantes, que seguro que si algún día volvemos no volverá a ser igual. Siempre pasa cuando vuelves a un sitio dónde has sido felíz.




   Desde Kep tomamos una van que nos llevará, si tenemos suerte y todo sale según lo previsto, a cruzar la frontera de Vietnam. Yo no lo puedo evitar, pero cada vez que cruzo una frontera, me pongo nerviosa. Supongo (espero), que terminaré acostumbrándome, pero de momento me sigue pasando. Para continuar con la tradición, la van se detiene en un sitio indeterminado, dónde nos cambian de transporte. No cabemos todos y Dani tiene que ir en una moto con un chico que se supone que es quién nos proporcionará el transporte desde la frontera hasta Chau-doc, nuestro próximo destino.
   Luego nos vuelven a parar, sin muchas explicaciones y el chico nos pide a todos los pasaportes y desaparece. A mí estas cosas me dan un mal rollo terrible, pero decido relajarme y confiar en que todo va a ir bien. Cuando llegamos al puesto de la policía vietnamita, un policía muy amable nos pide la cartilla de vacunaciones y nos toma la temperatura en la palma de la mano con un aparatejo. Sea por el calor, sea por los nervios, me pongo a divagar sobre si no nos habrán puesto un microchip o algo así para utilizarnos luego en algún experimento turbio. Problemas de tener demasiada imaginación. Solucionados los papeleos de la frontera, otro autobús, otra moto y llegamos al hotel.

Frontera de Vietnam en Ha Tien

   Como la mayor parte de las veces cuando llego a un hotel y abro la ventana me encuentro con un callejón infecto o directamente con un muro, me pongo eufórica cuando compruebo que tengo un pedazo de balcón enorme que da directamente sobre la entrada del mercado principal. Te puedes pasar horas mirando como fluye la vida ahí abajo. Eso sí, a las cinco o cinco y media de la madrugada, ya empieza la algarabía de gritos, tráfico y cláxones, que tocan incesantemente. Todo tiene un precio.

Entrada del mercado de Chau-Doc


6 comentarios:

  1. Que pasó con el durian olía mal?
    Y los pasaportes os los devolvieron?
    En qué país estáis?
    No nos dejes con estos interrogantes ........

    Desde Alharurín. Ch.

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    1. El durian olía fatal. Me comí mi parte y la de Pilar se quedó rodando por ahí hasta que los empleados del hotel lo tiraron. Los pasaportes nos los devolvieron, afortunandamente, en el puestro fronterizo donde nos pusieron el microchip, digo, nos tomaron la temperatura. Estamos en Vietnam.
      Besos¡

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  2. ¡Oh, con mucho el mejor post del viaje galactico oriental¡Con todos los buenos ingredientes de los intrépidos viajeros, transportes coloridos, olores frutales duriainos extravagantes(lo se por propia experiencia con este fruto, el mercat del Borne en BCN tuvo la culpa), playas virginales poco concurridas, pasos de fronteras algo inesperados(posiblemente amable señor fuera amigo o familiar de algún polisero de fronteras)y una parte gráfica salpicada de todo un poco y la mar de salada. Aquí nos conformamos con el árbol de la falsa pimienta, la gamboa olorosa en vez del insinuador membrillo y algunas playas casi sin arena tras los temporales. Aquí nos conformamos ya con poco. Bon voyage.

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    1. Me alegro mucho de que te guste. Y no te quejes, que vosotros teneis primavera, y yo nooo.

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  3. Cristi, que bien lo narras!!! Apesar de estar viviendolo contigo en primera línea, al leerte lo vuelvo a vivir y saborear :)

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    1. Gracias, Pi. Tu comentario tiene más valor,porque eres espectadora de primera línea, y además tienes que aguantarme todos los días¡

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